
...ceder la palabra...
(Daniela Rojas)
Texto presentado en la defensa de tesis "Etica y fracaso: acerca de la hospitalidad en occcidente) realizado el 12 de abril en la sala Manuel Atria del departamento de filosofía del ex-pedagógico.
Este texto no posee un titulo, por lo mismo se ha denominado por la última frase de su exposición.
de encerrarse –hasta la sustitución-,
responsable de todos los otros y, en
consecuencia, la idea de la defensa
del hombre que no soy yo, preside lo
que, en nuestros días, se llama crítica
del humanismo”[1].
Ya en la introducción de este trabajo, es decir en las primeras líneas de éste, comenzamos haciéndonos la pregunta por qué es lo que nos lleva a realizar esta labor, por cuales fueron nuestras motivaciones y cómo estas fueron cambiando y depurándose en la medida que avanzó la investigación.
Primero que todo, ante la necesidad de realizar un texto, más aún si este es exigido por la institución Universitaria, lugar en donde todo discurso encuentra descanso de su agitado devenir, cabe pensar si acaso este texto responderá a este requerimiento. Pero ¿qué requerimiento es aquel que nos convoca ante esta cuestión que pretende hacer oído ante quien lea las líneas de esta memoria o más aun escuche nuestra explosión de cara a ustedes?
De un tiempo hasta ahora el pasado deviene, esperando que estos cinco años logren algún efecto importante en lo que se plantea. Al menos así lo requiere la institución, demostrar que podemos investigar, leer rigurosamente, observar el mundo y someterlo a examen. ¿Es acaso esta nuestra pretensión? Pretensión que siempre se acompaña de un poco de ambición al querer plantear algo nuevo, que de un golpe a la cátedra y deje la admiración centrada en nuestro texto. Pensar el texto como fruto de un saber y de un contenido que justifica su existencia es responder al llamado institucional de manera exitosa. ¿Pero, volemos a preguntarnos, es acaso esta la pretensión de nuestro escrito, más aun cuando este pretende ser filosófico y se embarca dentro de un pensamiento, que más que responder al llamado institucional, desea responder y hacer justicia de ese llamado, que si es un llamado, proviene desde el exterior, desde afuera? Pareciera ser que la respuesta es más bien negativa, en el sentido de que todo escrito filosófico es un corte violento al pensar que padece este llamado del exterior. Desde esta perspectiva una memoria como documento oficial que pretende someter a examen lo que el memorista debe portar y demostrar a la comunidad académica como fruto de un trabajo hecho, una memoria como producto final en donde se condensan y se sintetizan saberes y experiencias, se vuelven objetivos ante la mirada del especialista. Creemos que si éste es el fin de la memoria o su para bien, ésta encontraría su fracaso al pretender ser una unidad de conocimientos, una comunidad de palabras que poseen significados apuntados hacia un fin que se pretende alcanzar como producto acabado. Pero cómo salir de esta concepción academicista, cómo atender a ese llamado responsablemente, justamente para con nosotros y con los otros ¿Por qué padecemos el llamado del exterior?, ¿Por qué queremos atender a el justamente? Nuestra primera motivación fue atender al pensamiento de Emmanuel Levinas, pensador poco conocido en nuestra escuela, pero invitación que de uno u otra forma llegó a nosotros y a la cual no pudimos hacer oídos sordos. A partir de aquí nuestras preguntas se orientaron hacia ¿dónde reside la racionalidad de la razón?, ¿Qué hace de ella una racionalidad con sentido o sensata?, ¿Es el conocimiento del mundo el que dota de significación al pensamiento o cabe encontrar una dimensión anterior, pre-original del sentido o de la inteligibilidad, de la que la misma ciencia sería deudora? ¿Tiene alguna inteligibilidad lo trascendente, o es sólo una ingenua invitación a huir del mundo cuando no una ilusa pretensión a explicarlo?
Pareciera ser que lo importante, o donde deberíamos poner nuestro interés, más que en lo que se puede decir como dicho, es en el decir. Decir que de alguna forma haría justicia al llamado del otro, decir que llama a la convocación y a la presencia, que llama a la ética como sentido de toda relación, como relación con el otro, no violenta. Decir que haga estallar el significado, decir en el que se revela el significante, el Otro.
En este sentido nuestro trabajo se enfoca a tratar la ética de la mano del pensamiento de Emmanuel Levinas y el sentido que tiene ésta en la responsabilidad para con el Otro, responsabilidad a la que al parecer nadie quedaría inmune si reconocemos el verdadero sentido de la relación con los otros, en la relación humana. Pero ¿por qué se nos hace pertinente el enfocarnos en este aspecto? Como anécdota un hecho puntual; sí bien nuetras investigaciones partieron conciendo el pensamiento de la Levinas y la reflexión que hace éste sobre la alteridad, sobre el Otro, fue a partir de la quema de autos en Francia (finales del 2005), supuestamente por los inmigrantes descontentos, fue en ese momento donde el clamor de justicia se nos hizo más patente y volcó nuestra investigación no sólo a ver lo que pasaba ahí, sino en todos esos momentos de crisis en donde al parecer la totalidad, la identidad occidental no se cierra. Desde aquí más que dar una respuesta a nuestras propias preguntas e inquietudes, se nos hace justo y necesario preguntarnos por esa violencia que aún persiste en nuestra sociedad, violencia que se da no sólo en la guerra, sino también en el sistema que apunta hacer de este mundo un mundo más globalizado, con más apertura a la diferencia, pero diferencia que termina siendo indiferencia ante la neutralización que sufre ésta para poder entrar en los dominios de occidente, multiplicación de la diferencia, pluralismo que termina siendo desinterés de unos por los otros, indiferencia frente a la diferencia . Esta relación entre el yo y el otro que se mantiene en la fase de la indiferencia, esta pluralidad que no supera la indiferencia o las reducciones mutuas, pareciera ser una relación absurda, que tiene como base un ontologismo fundamental y un discurso político neoliberal llevada a cabo siempre en nombre de una significación concluida por el ser, que termina haciendo de la historia del ser una historia de la totalización, de la reducción de lo otro al mismo (exaltación de la inmanencia, ontologismo) y que al parecer termina generando la misma violencia e inhumanidad que quisiera evitar:
“Filosofía del poder, la ontología, como filosofía primera que no cuestiona el Mismo, es una filosofía de la injusticia. La ontología heideggeriana que subordina la relación con el Otro a la relación con el ser en general –aún si se opone a la pasión técnica, salida del olvido del ser oculto por el ente- permanece en la obediencia de lo anónimo y lleva, fatalmente a otra potencia, a la dominación imperialista, a la tiranía. Tiranía que no es la expresión pura y simple de la técnica en los hombres cosificados. Se remonta a los “estados de ánimo paganos, al arraigamiento del suelo, a la adoración que hombres esclavizados pueden profesar a sus señores. El ser antes que el ente, la ontología antes que la metafísica, es la libertad (aunque de la teoría) antes de la justicia. Es un movimiento en el Mismo antes que la obligación frente al Otro”[2].
Parados desde los dominios de occidente, la hospitalidad que se entrega es aquella que no renuncia a las fronteras del mismo, que se da en la medida que el otro renuncie a su diferencia y se integre, hospitalidad que antes se entendía como herramienta para la integración, para abrirse a un mundo globalizado, y que ahora, ya estando en la globalización, no es más que administración, en donde la verdad viene a ser entendida como la victoria y la integración, capacidad para integrar el obstáculo y vencer la resistencia que opone el exterior. Es frente a esta situación que cabe preguntarse por el sentido de lo humano pero no entendido desde lo que se da como real en donde encontramos la historia política del mundo, sino ahí en donde se producen los conflictos, en donde la identidad se quiebra, donde hay crisis que ponen de manifiesto un clamor constante que occidente pretende acallar, pero que al parecer no termina. Ese es el clamor de justicia que apunta a un clamor por otro modo que occidente, por otro modo que el conocimiento, por un humanismo y una justicia que nunca termina o nunca se da definitivamente porque siempre depende o está pendiente de el llamado, en la voz del Otro, del encuentro con el Otro cuya primera palabra, petición y mandato es “No mataras”, lo cual significa que se debe hacer todo lo posible para que el Otro viva.
En una relación así no cabe discurso ideológico de lo humano, por el contrario, aquí se trata de una relación en la que el Otro es el prójimo, y en la que antes de ser individuación e identidad del hombre, el yo es perseguido y rehén del Otro. Aspecto éste que manifiesta, no el fundamento de la relación, sino justamente el contexto en el que significa la condición humana, en el que se da el sentido de esta condición humana puesta de relieve en el ser para el Otro, entendida como la no indiferencia, y en este sentido humanismo del otro hombre[3].
La tarea emprendida nos lleva a pensar la situación en occidente, su identidad, cómo ésta se enfrenta a lo Otro y la manera en la que entrega hospitalidad, ya que a pesar de la supuesta evolución y del desarrollo de nuestras sociedades, de los constantes avances científicos, tecnológicos que apuntan hacia una mejor calidad de vida, del avance hacia sociedades más justas y democráticas en donde no vuelvan a producirse las masacres y exterminios que han ensombrecido a la humanidad, aún así y a pesar de todo esto, no se puede negar que hay un clamor de justicia que persiste, que rebasa constantemente lo que se da como derecho, como ley. Al parecer esto apunta a que hoy se reclame en el mundo, como lo comenta Derrida a partir de la orientación que nos propone Levinas[4], una conversión, pero una conversión de carácter ético. En este sentido occidente y todo lo que implica su identidad opta y se justifica por una justicia práctica, neutral que en pro de una igualdad se va aligerando de toda alteridad, en donde la importancia y la celebración se centra en los triunfos conseguidos por la justicia más que en el hecho de que en plena civilización sean posibles tales injusticias. Esta conversión ética apunta o se refiere a una responsabilidad por el Otro, por lo Otro que yo, que occidente, etc., responsabilidad por un nosotros donde aparece la justicia.
Este recorrido nos lleva a atender el llamado de la exterioridad del Otro, y en definitiva nos invita a reconocer esa exterioridad en lo que tiene de infinitud y de inabarcable, que desborda el conocimiento, que inviste y juzga la libertad. Reconocer al Otro como en su an-arquía nos permite salirnos de nosotros mismos y pensar una situación fuera de lugar, del propio yo, que viene a ser una utopía, el sin lugar de una significación alcanzada en el trastorno, en el desquiciamiento interior del yo provocada por la respuesta a una llamada más antigua que el mismo. Lo humano se revela en el cuestionamiento del hombre, del ser, por eso es una utopía apenas insinuada en la huella del infinito de la relación ética siempre por realizar, un por venir, siempre al margen, fuera de lugar, de una comprensión que pretenda decirla.
¿Qué esta detrás del clamor de justicia? Al parecer esta el Otro poniéndome en cuestión, cuestionando mi libertad, el Otro como cuestionamiento irreversible de mi espontaneidad, no soy sólo en el mundo y mi existencia no tiene justificación en sí misma El sacrificio supone la deposición del yo, renuncia a la soberanía del sujeto que me permita acoger y atender el llamado del Otro.
Desde aquí nos referimos al fracaso de una identidad, en este caso de la identidad occidental, que no puede hacer justicia parada sólo en sus fronteras, en su conocimiento, fracaso de una identidad que se da no por la imposición de una forma nueva, o de otra forma de identidad, que baya en contra de una forma democrática o de cualquier otra forma de gobierno, de sistema, etc., el Otro como posibilidad de salir del sí mismo y trascender no se enmarca en una forma, sino que se caracteriza por su a-lugar, por su no lógica, por su asimetría, que apuntan a una diacronía: “se trata de resaltar que no es el lugar el que orienta la significación, sino el otro hombre en su desnudez (sin papeles ni señales de identidad ni sitio donde estar)- significación como proximidad y responsabilidad”[5]. Tampoco se pretende instalar una nueva forma ética ya que ésta la excede, es ética misma, en la que la relación con el Otro fractura cualquier forma o cualquier lógica que quiera seguir perseverando en la identificación consigo mismo.
En este sentido ¿cómo concluir una memoria y más aún cómo terminar un discurso que pretende reivindicar el decir infinito del Otro? ¿Hasta donde podríamos llegar en una labor que se declara abierta a la llamada del Otro infinita y siempre por llevar a cabo? La invitación es al mantenerse en vigilia, a desvelarnos por el otro, a hacerme responsable por él, a despertar del sueño dogmático, para Levitas despertar del psiquismo cognitivo de la presencia, al psiquismo teológico, a creer en la infinitud y en el enigma del Otro. Cómo diría Levinas, esto es teología, esto es la idea de infinito en nosotros, la humanidad del hombre entendida como teología, la inteligibilidad de lo trascendente, esto es religión, es la exaltación ya no de la inmanencia sino de lo humano, manera de hacer que del cielo retornara a la tierra la sabiduría, cuyo principio establece que es en la justicia social donde reside la inteligibilidad de la verdad. Como dijimos la invitación es a reconocer que esta teología:
“Quizá, lleve anunciándose ya en el despertar del psiquismo al insomnio, a la vigilia y a la inquieta vigilancia antes que la finitud del ser, herido por lo infinito, sea llevado a recogerse en un Yo, hegemónico y ateo, del saber”[6].
No otra cosa pretende Levinas más que reconocer que el sentido comienza en la obligación para con el Otro hombre. Para esto la necesidad también de abrirse a otra forma de conocimiento que la occidental, a otro modo que ser que Levinas encuentra en el judaísmo el cual a diferencia del saber y de la lectura griega, de los libros y de las cosas: inteligencia de un espíritu maravillosamente desprendido, gracias a la cual se intenta descifrar los símbolos y decirlos, por lo menos con claridad, lo que se ha convertido en nuestro hablar universitario, el judaísmo por el contrarío pareciera que nunca se desprendería de la trasmisión y de la renovación que otorga la revelación del Otro. En este sentido la Revelación del Otro, en el que Dios viene a la idea, cuyo primer mandato es “no mataras” nos arranca del logos del ser ( de la ontología), no invitaría a huir del mundo, sino que invita a hacer en él el más allá del mundo, a convertirlo en más justo.
Para nosotros realizar este trabajo es un riesgo que vale la pena correr[7] para adentrarnos en una pensamiento como el de Emmanuel Levinas y en una comprensión que atiende a otro modo que el conocimiento, que no nos llevan a un origen sino que nos proponen pensar el sentido de cualquier relación, que nos lleva a pensar la relación ética no como sistema, sino como una cuestión de entrañas[8] y de sentido. La ética como óptica de un pensamiento no representativo que, como la idea de infinito cartesiana, piensa más de lo que es capaz, o sea, hace algo mejor que pensar: va en busca del Bien, de la paz, la justicia con el Otro. Esta es la tarea que emprendemos, lo demás es ceder la palabra…
Resumen.
La presente investigación pretende repensar el sentido de la hospitalidad en el momento preciso en donde toda identidad fracasa como origen de certeza.
Para esto ha sido necesario dividir la investigación en dos partes. La primera, que se titula “De la identidad occidental”, compuesta por dos capítulos, pretende dejar de manifiesto una identidad occidental que opera como silenciamiento de toda voz, de todo pensamiento extranjero. Expandiéndose en la contención de toda alteridad bajo lo que hemos denominado donación de silencio.
La segunda entrada titulada “El Otro y los límites” pretende, con ayuda de Levinas, hacer justicia al llamado del Otro. Para esto es necesario reconocer el sentido del decir por sobre la forma de lo dicho. Solo de esta manera la justicia es posible como arrancamiento de cualquier identidad.
Por último, el apartado de las conclusiones denominado “Ética y fracaso” pretende ser la invitación a abrirnos y a tener fe en aquello que se distancia infinitamente de nuestros dominios. No se podrá hacer justicia al Otro desde el lenguaje del ser, es necesario quedarnos en el sentido de lo dicho, lugar de toda responsabilidad. Sólo recibiendo y respondiendo a esta justicia se podrá estar en hospitalidad.
[1] Cfr. Levinas, Emmanuel; Humanismo del otro hombre. Siglo XXI. México. D.F., 2005. P. 134.
[2] Levinas, Emmanuel; Totalidad e infinito. Sígueme. Salamanca, 2002. Pp. 70, 71.
[3] Levinas, Emmanuel; Humanismo del Otro hombre. Siglo XXI. México D.F., 2005.
[4] “A través de alusiones discretas pero transparentes, Levinas orientaba entonces nuestras miradas hacia eso que está ocurriendo, tanto en Israel como en Europa o en Francia, en África, en América o en Asia, desde la primera Guerra Mundial al menos, desde aquello que Hannah Arendt llamó El declive del Estado-nación: en cualquier lugar donde refugiados de toda especie, inmigrados con o sin ciudadanía, exiliados o desplazados, con o sin papeles desde el corazón de la Europa nazi a la ex Yugoslavia, desde el Medio Oriente a Ruanda, desde el Zaire hasta California, desde la iglesia de San Bernardo al distrito XIII DE París, camboyanos, armenios, palestinos, argelinos y tantos y tantos otros, reclaman una mutación del espacio socio y geo-político, una mutación jurídico-política pero antes que nada, si este límite conserva aún su pertinencia, una conversión ética”. Derrida, Jacques; Adiós a Emmanuel Levinas. Palabra de acogida. Editorial Trotta. Madrid, 1998. P. 97.
[5] Levitas, Emmanuel; Trascendencia e inteligibilidad. Encuentro. Madrid, 2006. P. 12.
[6] Op. Cit. P. 36.
[7] Cfr. Levinas, Emmanuel; De otro modo que ser o más allá de la esencia. Sígueme. Salamanca, 1995. P. 65.
[8] Cfr. Levinas Emmanuel; Humanismo del otro hombre. Siglo XXI. México D.F., 2005. P. 125.
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