20070802


BUSCAR Y ENCONTRAR (Bernhard Welte)
Palabras en el entierro, el 28 de mayo de 1976


El camino de Martín Heidegger ha llegado a su fin. ¿Qué se puede decir ante este fin, ante este ataúd, frente a esta muerte? Alguna vez el mundo entero lo escuchó. Tal vez, ante la noticia de esta muerte, lo escuche nuevamente.
Quizás, ante esta muerte que nos conmueve, sería mejor callar que hablar.
Pero, con todo, se puede y se debe hablar, dedicar unos instantes a una breve reflexión. El 14 de enero de este año Martín Heidegger me obsequió con un largo diálogo. Me pidió entonces que dijera unas palabras ante su tumba. Por ello me animo a hablar aquí.
¿Qué podemos hacer aquí mejor que pensar una vez más, en esta hora, en el camino de Heidegger, y ante todo en lo que él ha pensado sobre la muerte?
Surgió una vez de esta hogareña tierra natal de Messkirch. Sus pensamientos conmovieron luego al mundo y el siglo. Aportó también nuevas luces, cuestiones e interpretaciones a la historia entera de Occidente. Después de Heidegger miramos hacia atrás de manera distinta hacia nuestra historia. ¿Y no vemos también de manera distinta el futuro?
Fue siempre un buscador en camino. Con energía caracterizó muchas veces su pensamiento como un camino. Peregrinó sin descanso por ese camino; hubo sinuosidades y giros, y hubo también ciertamente tramos de errancia. Heidegger entendió siempre su camino como algo que le había sido destinado y encomendado. Intentó entender su propia palabra como una respuesta a una señal, a la que prestó su oído de continuo. Pensar (Denken) era para él agradecer (Danken); respuesta agradecida al llamado.
¿Qué pensó este gran pensador de la muerte, esa muerte que ahora lo ha recogido? Ya en su primera obra fundamental, Ser y Tiempo, describe el anticiparse a la muerte (parágr. 46 y ss.). Ya desde joven estuvo en ese camino y anticipación. El 7 de mayo de 1960, en la celebración de Hebel, citaba él al poeta alemán que habla de la tumba silenciosa y de su misteriosa puerta. *
Y ahora Heidegger mismo ha traspuesto la puerta misteriosa. ¿Hacia dónde conduce? En la misma breve alocución (Hebel-Feier. Reden zum 200. Geburtstag des Dichters, Karlsruhe, pp. 27 y ss.) cita Heidegger nuevamente versos del poeta

Ninguna palabra de la lengua lo dice
ninguna imagen de la vida lo refleja

Lo que ninguna palabra dice y ninguna imagen refleja es el misterio. Heidegger siempre lo buscó. Lo buscó en su camino y sobre todo lo buscó en el misterioso destino de la muerte. ¿Qué es? ¿La nada? ¿El ser? ¿Lo sereno y salvífico?
En los dos ensayos Bauen, Wohnen, Denken y Das Ding (Construir, habitar, pensar y La cosa) se habla del siempre buscado y también de la muerte. En estos ensayos aparece el cuarteto de Tierra y Cielo, Mortales e Inmortales. Aquí, al confiar su cuerpo a la tierra y mientras se abre sobre nosotros el amplio cielo, podemos acordarnos de ello. Los mortales son mortales porque son capaces de la muerte. Y de la muerte se dice allí: “La muerte es el relicario de la nada, a saber, de aquello que en ningún sentido nunca es meramente algo que es, pero que sin embargo se presenta; y se presenta como el misterio del ser mismo. La muerte, como relicario de la nada, entraña en sí el hacerse presente del ser. Como relicario de la nada, la muerte es la custodia del ser” (Vortrage und Aufsatze, Pfullingen, 1954, p.177).
La custodia del ser: la muerte entonces entraña y oculta algo. Su nada no es nada. Entraña y oculta la meta de todo el camino. Meta que aquí es denominada el ser.
¿Y qué son los divinos? Según se nos dice allí, son los mensajeros de la divinidad que hacen señas. (Vortrage und Aufsatze pp. 150 y 177). Hacen señas desde la región del morir, de la muerte, de la nada y del ser. Y el camino del pensar heideggeriano salió al encuentro de esas señales. Se trataba precisamente de prestarles oídos y, con estas señales de los divinos, aguardar y salir al encuentro de la epifanía del Dios divino. Hacia allí se encaminó todo el pensamiento de este gran pensador.
En camino hacia allí, estaba él llamado a cargar sobre sí, pensando, la miseria del tiempo de la lejanía de Dios, y a la vez a interpretar el camino del tiempo y del mundo como un camino en aquella dirección. Interpretó a su vez a Nietzsche como el intérprete de este tiempo y de este mundo, y le preguntó si no había él entonado el De profundis (Holzwege, Frankfurt am Main, 1950, p. 246; Sendas perdidas, Losada, Buenos Aires, 1960, p. 221). De profundis, desde lo profundo, es el salmo que desde la profundidad de la lejanía de Dios clama hacia el Dios divino. El clamor que Heidegger advirtió en Nietzsche era ciertamente su propio clamor.
Al cumplir 80 años habló Heidegger en Amriswill acerca de la estancia del habitar del hombre en nuestra época. Y se preguntaba: “¿Es el habitar del hombre hoy el permanecer en el retirarse de lo Alto?” (Neue Zürcher Zeitung del 6.10.1969, N0 606, p. 51). Veía esto como lo más profundo que afecta a los hombres de hoy. El retirarse de lo Alto significa, en la palabra de Hölderlin, el retirarse del Dios divino. El retirarse que provoca el grito de profundis.
El retirarse o, como también se indica, la falta de Dios, significa, según él, no una mera carencia, sino más bien “la presencia aún por apropiar de la oculta plenitud de lo sido”. Martín Heidegger escribe en la carta al joven estudiante que “la oculta plenitud de lo sido es lo divino en los griegos, en los profetas judíos, en la predicación de Jesús” (Vortráge und Aufsátze, p. 182).
Ahora el camino ha llegado a su fin. La muerte, la custodia del ser, ha recogido a Martín Heidegger en su misterio de oculta plenitud. Nosotros, conmovidos por el Evangelio, pero esperanzados, podemos decir: “El que busca encuentra y al que llama se le abrirá” (Mt. 7, 7). “El que busca”, tal puede ser el título de toda su vida y su pensamiento.
“Encuentra”, tal puede ser el secreto título de su muerte. Desde su misterio ilumina hasta la lejanía del mundo de los mortales.
¿Es adecuado enterrar cristianamente a Martín Heidegger? ¿Es conforme al mensaje del Cristianismo? ¿Es conforme al camino de pensamiento de Heidegger? En todo caso, él lo ha deseado. Por otra parte, él no interrumpió nunca su relación con la comunidad de los creyentes. Ciertamente, él hizo su propio camino, y debió hacerlo, siguiendo su llamado; y no se podrá denominar sin más ese camino como cristiano en el sentido habitual de la palabra. Pero fue el camino del quizás más grande buscador de este siglo. En la espera y con el oído atento al mensaje, buscó al Dios divino y su resplandor. Y lo buscó también en la prédica de Jesús. Entonces, sobre la tumba de este gran buscador, se pueden pronunciar las palabras de consuelo del Evangelio y la oración de los salmos, ante todo del salmo De profundis, y la oración más grande de las oraciones, la que Jesús nos enseñó.